lunes, 8 de noviembre de 2010

DEPORTE: agresión y violencia




El deporte es una producción de la cultura, donde se sitúa la psicología estudiando la conducta del sujeto "en situación deportiva".

Nuestro objetivo es poder resaltar el crecimiento de la violencia en el deporte, y creo que todos desde una perspectiva multiprofesional podemos hacer algo para enfrentarnos a ella: sociólogos, profesores, educadores, entrenadores, psicólogos, deportistas, profesionales de la comunicación. Pensemos y trabajemos en la posibilidad de que esta tendencia agresiva innata del ser humano abandone sus fines destructivos y se ponga al servicio del progreso del deporte, de sus valores, de su cultura.

Afirmamos que hay una fuerza interior en el ser humano denominada pulsión, una válvula de escape necesaria que permite descargar toda la agresividad que la cultura o el deporte permite dentro de sus normas, su fair-play, en el intento de dominar al otro. Es una energía que parte de un amor a sí mismo queriendo defender y resguardar el bien más preciado: el honor y la victoria. Esto sería difícil de lograr sin los límites de la cultura y el deporte, ya que sin ellos sería una batalla de todos contra todos.
Podemos establecer la diferencia entre los conceptos de agresividad y agresión.
La agresividad es una posición del Yo, está más relacionada a la pasión; la agresión es una conducta visible, valuable, cuantificable.

En el deporte poseemos una actitud agresiva, sublimada, donde la energía es desviada hacia una meta que es buena en sí misma: hacer un gol, un try, definir un partido donde el otro no es un enemigo como en la guerra, sino que es un adversario que compite en un juego por un sano resultado.
Pero en ciertas situaciones de mucha presión, la agresividad puede desviarse de su meta y canalizarse por otros violentos caminos en donde, ante la imposibilidad de tolerar un problema, un error, se descarga masivamente por la vía motora o la verbal.
Sadismo y masoquismo pueden ser explicados como dos grandes destinos de la agresividad en el hombre. Pueden estar orientada al exterior como sadismo en el afán de hacer sufrir al otro; o, hacia el propio Yo, bajo la forma de masoquismo donde me encuentro dominado y sometido.

Las posiciones y el poder se intercambian durante un partido en la predominancia de un jugador o equipo sobre el otro. Esto es tan válido para el que lo practica como para el que lo contempla, ya que el espectador también se identifica con una de las partes y recrea esa batalla en parte erótica, en parte agresiva.
Si nuestra innata agresividad no está bien trabajada, sublimada, si no podemos respetar las pequeñas diferencias del otro, nos identificamos según la parte sádica de hacer sufrir y gozar al otro por medio de cánticos agraviantes.
En el deporte encontramos una continua existencia de uniones y desuniones, donde se crea y se destruye. No olvidemos que representa los dramas cotidianos que sufren las personas, sus conflictos, sus amenazas y sus presiones. Por eso es tan válido el dicho “uno juega de acuerdo a como vive”, acentuando la vida como una continua competencia en compartir, agredir o sufrir.

Un ejemplo claro de violencia y destrucción es la que se manifiesta en ciertos espectáculos de fútbol con sus desenfrenadas hinchadas ante una agresividad no contenida, con el único fin de destruir y “desconocer” al otro confundiendo a los simpatizantes rivales como enemigos imaginarios.
Los peores cantos e insultos hostiles pueden ser escuchados en un partido donde el jugador debe realizar ejercicios de gran concentración para incrementar el rendimiento sin perturbarse mentalmente. El hincha, frustrado por el carácter poco operante de su equipo, reacciona a veces con una violencia inusitada tomando como "chivo emisario" a su jugador o al DT favorito puesto en el lugar del “ídolo”, cuya fantaseada función consiste en asumir y gratificar las aspiraciones del ego colectivo. Cuanta mayor es la coincidencia entre estas aspiraciones y el sujeto-ídolo más intensa es la adhesión que despierta. Si se llega a producir el más mínimo desajuste entre el rol adjudicado y el asumido, la idolatría muestra su reverso en una tremenda hostilidad.

En nuestro tiempo y ante la intensa crisis de no representatividad política y social, de falta de liderazgo, de padre, de ley, este lugar ha recaído sobre artistas y otros ídolos populares en quien “se depositó” esa función.
Cuando el capitalismo comenzó a organizarse como una gran masa artificial pudo hacerlo mediante un muy poderoso instrumento como la televisión, que se entromete sin permiso en la vida familiar. El objetivo lógico: el dominio de las masas. El instrumento central: la televisión. Uno de sus medios: el deporte.
Para el fútbol no hay negocio sin imagen, sin ruido. Se presentan personajes que miran y son mirados formando parte del espectáculo. Cuanto más piñas, más imagen, más patología.
El poder participar de una hinchada tiene sus códigos propios y no cualquiera puede pertenecer entrando en el territorio de la identidad. No hay nadie como nosotros. Lo ajeno es lo que no puede ser representado, es ese algo que no se entiende, que no es parte de mí, no es, por tanto lo maltrato, le pego, lo mato. Los cantos son emblemas y su liturgia es el bombo, la bandera y la camiseta. No alcanza con la agresión verbal donde un simple insulto es un botellazo, una trompada descargada en el otro a quien no se registra, donde no se reconoce a aquel diferente a mí, implícito en los cantos o expresiones “no existís”, y que se refiere a un “no existís de veras”.



El deporte está formado por grupos, por personas que desempeñan roles recíprocos dentro de un equipo o institución, con una forma y estructura durable, actuando de acuerdo a normas, valores y fines dirigidos hacia el bien.
En cuanto lleguemos al convencimiento de que en los deportes el adversario es al mismo tiempo un compañero a quien se debe respetar, recién comprenderemos perfectamente cuál es la moral que el deporte debe promover para mantenerse dentro de lo que el juego significa: creatividad, diversión, respeto y por que no espectáculo.


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