miércoles, 25 de mayo de 2011

nuevo suceso: 4/05/2011


La violencia en el deporte

Pocas veces antes, un partido de fútbol había merecido tanta atención de parte de las autoridades de gobierno, justamente alarmadas ante la posibilidad real de que la fiesta deportiva se convierta en tragedia, merced a la agresividad demencial que exhiben las parcialidades de los rivales clásicos.
Sombríos augurios de enfrentamientos sangrientos han venido pautando los días previos al clásico; sobre todo luego del asesinato de un hincha de Peñarol a manos de hinchas de Nacional, hecho que alteró los ánimos, exacerbó el espíritu vindicativo y desencadenó una suerte de guerra de amenazas a través de Internet.
En ese clima enrarecido se ha logrado un consenso plausible entre autoridades de gobierno (ministerios de Interior y de Deporte), la Asociación Uruguaya de Fútbol y representantes de los dos clubes involucrados. Parece haber acuerdo en la necesidad de responder con firmeza a los desbordes de violencia que vienen sucediéndose desde hace unos años.
En rigor de verdad, debemos remontarnos a más de un siglo atrás, cuando el Club Nacional de Football y el Central Uruguay Railway Cricket Club ya se perfilaban como rivales en los torneos futbolísticos, para encontrar hechos de violencia verbal y física motivados por la rivalidad deportiva. Pero más tarde, la rivalidad en la cancha y la violencia entre los actores del espectáculo se trasladaron a las tribunas, donde las hinchadas empezaron a protagonizar enfrentamientos.
Los espectáculos deportivos, las competiciones, implican inevitablemente rivalidad, y esa rivalidad se manifiesta fácilmente en agresiones físicas en la medida que el alma humana contiene elementos de violencia y agresividad latentes que asoman y se manifiestan bajo el efecto de cualquier circunstancia fortuita.
Ahora bien, desde hace unos años, las conductas agresivas y los comportamientos violentos ya han trascendido los escenarios deportivos de modo tal que los enfrentamientos entre hinchadas se verifican en las afueras de los estadios; luego se extendieron a los alrededores, y últimamente ocurren en cualquier punto de la ciudad y al margen de los partidos, es decir lejos de la efervescencia generada por una disputa futbolística concreta.
Entonces, ya no corresponde hablar de la violencia en el deporte. Ahora, debemos empezar a pensar en la violencia a secas, sin distinción de clases sociales ni vinculada a la adhesión a un club o a otro. Es la violencia humana que, como queda dicho más arriba, aflora en el momento menos pensado como respuesta ante cualquier detonante.
A lo que estamos asistiendo en estos días es a un resurgimiento de las tribus urbanas, de las pandillas que se odian sin razón y que, como en una guerra, se muestran dispuestas a matar y morir por una causa que desconocen.
La Humanidad lleva unos cuantos milenios de civilización, de progreso científico y tecnológico y de avances innegables en la convivencia social. Sin embargo, el ser humano sigue siendo rehén de sus instintos primitivos que habitan su alma coexistiendo con los valores que conforman el súper yo.
Está bien tomar medidas de precaución, prevenir desmanes y evitar las situaciones de violencia que puedan producirse como consecuencia del partido del domingo. Pero no se piense que con eso basta para erradicar la violencia en los espectáculos deportivos, porque esa violencia no es más que una manifestación de la violencia generalizada que va instalándose en la sociedad.

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